La educación infantil es una etapa no obligatoria
del sistema educativo que comprende de los 0 a los 6 años y en la que la economía parece
que no tiene cabida en primera instancia, aunque es bien presente. La educación
infantil tiene como finalidades primordiales las de, atender el
desarrollo afectivo del alumno, sus manifestaciones comunicativas y del
lenguaje, así como las pautas
elementales de convivencia y de relación social, junto al descubrimiento
de las características físicas y
sociales de su entorno próximo. Todo
ello ha de hacer posible que los niños y niñas elaboren una
imagen positiva y equilibrada de sí mismos y que adquieran autonomía personal (Decreto 71/2008). Así, dos de los objetivos
fundamentales de la educación infantil son los de adquirir progresivamente
autonomía en las actividades
habituales y los de desarrollar sus capacidades afectivas y la confianza en sí mismos.
En otro orden de cosas, metodológicamente, el
diseño de acciones educativas en infantil está orientado a favorecer la construcción de su propia identidad, la
elaboración de una imagen de sí mismos
positiva y equilibrada, el desarrollo de su autonomía, o el establecimiento de
vínculos afectivos y sociales.
Además, sabemos que la atención a la diversidad propia de la educación infantil
es resultado de las características de la “etapa evolutiva preoperacional” que
Piaget definió para el período comprendido entre los 2 y los 7 años.
Los niños y niñas de esta edad aprenden
representando su mundo a través de palabras, gestos, acciones… es decir
símbolos que le ayudan a manejar y representar la realidad. La función
simbólica es una capacidad que a partir de los dos años nos permite imaginar
situaciones futuras deseables.
Entre el gran número de experiencias
psicopedagógicas que abordan el desarrollo evolutivo de la etapa infantil, me
centro en el famoso estudio que Walter Mitchel realizó en la universidad de
Stanford sobre la autoimpuesta demora de la gratificación de los preescolares
(MISCHEL, W; SHODA, Y; PEAKE, P, 1990). El estudio consistió en estudiar la
capacidad que demostraban tener los niños y niñas para retardar la
gratificación de comerse una golosina, y cuál sería la correlación que existiría
con sus buenos estudios pasados los años hasta llegar a la adolescencia si
habían conseguido pasar el mal trago de aguantarse y esperar unos minutos su
recompensa.
Como resultado se observó que los procesos cognitivos relacionados con el desarrollo simbólico de imaginar la recompensa, al mismo tiempo que dominaban la frustración del momento de la espera, tenían correlaciones estadísticamente significativas con el buen rendimiento académico, psicológico y social en la adolescencia.
Como resultado se observó que los procesos cognitivos relacionados con el desarrollo simbólico de imaginar la recompensa, al mismo tiempo que dominaban la frustración del momento de la espera, tenían correlaciones estadísticamente significativas con el buen rendimiento académico, psicológico y social en la adolescencia.
Bibliografía
Mischel, W; Shoda, Y; Peake, P
(1990): Predicting Adolescent Cognitive and Self-Regulatory Competencies
From Preschool Delay of Gratification: Identifying Diagnostic Conditions.
Developmental Psychology. 1990, Vol. 26, No. 6, 978-986
Hola! muy interesante!
ResponderEliminarTambien soy docente de economía y te comparto mi blog,
http://intento-autobiografico.blogspot.com.ar/
Saludos